Jueves 12 de diciembre de 2019
Jueves 9 de enero de 2020
Cuento infantil clásico: Blancanieves y los siete enanitos
Era un crudo día de invierno, y
los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La Reina cosía junto a
una ventana, cuyo marco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los
copos, con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer
sobre la nieve. El rojo de la sangre se destacaba bellamente sobre el fondo
blanco, y ella pensó: “¡Ah, si pudiera tener una hija que fuere blanca como la
nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!”. No mucho
tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como
la sangre y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por
nombre Blancanieves. Pero al nacer ella, murió la Reina.
Un año más tarde, el Rey volvió a
casarse. La nueva Reina era muy bella, pero orgullosa, y no podía sufrir que
nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se
miraba en él, le preguntaba:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Y el espejo le contestaba,
invariablemente: “Señora Reina, eres la más hermosa en todo el país”.
La Reina quedaba satisfecha, pues sabía que el
espejo decía siempre la verdad. Blancanieves fue creciendo y se hacía más bella
cada día. Cuando cumplió los siete años, era tan hermosa como la luz del día, y
mucho más que la misma Reina. Al preguntar ésta un día al espejo:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Respondió el espejo: “Señora
Reina, tú eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella”.
Se espantó la Reina, palideciendo
de envidia y, desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves sentía que se le
revolvía el corazón; tal era el odio que abrigaba contra ella. Y la envidia y
la soberbia, como las malas hierbas, crecían cada vez más altas en su alma, no
dejándole un instante de reposo, de día ni de noche.
Finalmente, llamó un día a un
servidor y le dijo: Llévate a la niña al bosque; no quiero tenerla más tiempo
ante mis ojos. La matarás, y en prueba de haber cumplido mi orden, me traerás
sus pulmones y su hígado.
Obedeció el cazador y se marchó
al bosque con la muchacha. Pero cuando se disponía a clavar su cuchillo de
monte en el inocente corazón de la niña, se echó ésta a llorar:
–¡Piedad, buen cazador, déjame vivir!
–suplicaba–. Me quedaré en el bosque y jamás volveré al palacio. Y era tan
hermosa, que el cazador, apiadándose de ella, le dijo: –¡Márchate entonces,
pobrecilla! Y pensó: “No tardarán las fieras en devorarte”.
Sin embargo, le pareció como si
se le quitase una piedra del corazón por no tener que matarla. Y como acertara
a pasar por allí un cachorro de jabalí, lo degolló, le sacó los pulmones y el
hígado, y se los llevó a la Reina como prueba de haber cumplido su mandato. La
perversa mujer los entregó al cocinero para que se los guisara, y se los comió
convencida de que comía la carne de Blancanieves.
La pobre niña se encontró sola y
abandonada en el inmenso bosque. Se moría de miedo, y el menor movimiento de
las hojas de los árboles le daba un sobresalto. No sabiendo qué hacer, echó a
correr por entre espinos y piedras puntiagudas, y los animales de la selva
pasaban saltando por su lado sin causarle el menor daño. Siguió corriendo
mientras la llevaron los pies y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una
casita y entró en ella para descansar.
Todo era diminuto en la casita,
pero tan primoroso y limpio, que no hay palabras para describirlo. Había una
mesita cubierta con un mantel blanquísimo, con siete minúsculos platitos y
siete vasitos; y al lado de cada platito había su cucharilla, su cuchillito y
su tenedorcito. Alineadas junto a la pared se veían siete camitas, con sábanas
de inmaculada blancura.
Blancanieves, como estaba muy
hambrienta, comió un poquito de legumbres y un bocadito de pan de cada plato, y
bebió una gota de vino de cada copita, pues no quería tomarlo todo de uno solo.
Luego, sintiéndose muy cansada, quiso echarse en una de las camitas; pero
ninguna era de su medida: resultaba demasiado larga o demasiado corta; hasta
que, por fin, la séptima le vino bien; se acostó en ella, se encomendó a Dios y
se quedó dormida.
Cerrada ya la noche, llegaron los
dueños de la casita, que eran siete enanos que se dedicaban a excavar minerales
en el monte. Encendieron sus siete lamparillas y, al iluminarse la habitación,
vieron que alguien había entrado, pues las cosas no estaban en el orden en que
ellos las habían dejado al marcharse.
Dijo el primero: –¿Quién se sentó
en mi sillita?
El segundo: –¿Quién ha comido de
mi platito?
El tercero:–¿Quién ha cortado un
poco de mi pan?
El cuarto: –¿Quién ha comido de
mi verdurita?
El quinto: –¿Quién ha pinchado
con mi tenedorcito?
El sexto: –¿Quién ha cortado con
mi cuchillito?
Y el séptimo: –¿Quién ha bebido
de mi vasito?
Luego, el primero, recorrió la
habitación y, viendo un pequeño hueco en su cama, exclamó alarmado: –¿Quién se
ha subido en mi camita?
Acudieron corriendo los demás y
exclamaron todos: –¡Alguien estuvo echado en la mía!
Pero el séptimo, al examinar la
suya, descubrió a Blancanieves, dormida en ella. Llamó entonces a los demás,
los cuales acudieron presurosos y no pudieron reprimir sus exclamaciones de
admiración cuando, acercando las siete lamparillas, vieron a la niña.
–¡Oh, Dios mío; oh, Dios mío!
–decían–, ¡qué criatura más hermosa!
Y fue tal su alegría, que
decidieron no despertarla, sino dejar que siguiera durmiendo en la camita. El
séptimo enano se acostó junto a sus compañeros, una hora con cada uno, y así
transcurrió la noche. Al clarear el día se despertó Blancanieves y, al ver a
los siete enanos, tuvo un sobresalto. Pero ellos la saludaron afablemente y le
preguntaron:
–¿Cómo te llamas?
–Me llamo Blancanieves –respondió
ella.
–¿Y cómo llegaste a nuestra casa?
–siguieron preguntando los hombrecillos. Entonces ella les contó que su
madrastra había dado orden de matarla, pero que el cazador le había perdonado
la vida, y ella había estado corriendo todo el día, hasta que, al atardecer,
encontró la casita.
Dijeron los enanos:
–¿Quieres cuidar de nuestra casa?
¿Cocinar, hacer las camas, lavar, remendar la ropa y mantenerlo todo ordenado y
limpio? Si es así, puedes quedarte con nosotros y nada te faltará.
–¡Sí! –exclamó Blancanieves–. Con
mucho gusto –y se quedó con ellos.
A partir de entonces, cuidaba la
casa con todo esmero. Por la mañana, ellos salían a la montaña en busca de
mineral y oro, y al regresar, por la tarde, encontraban la comida preparada.
Durante el día, la niña se quedaba sola, y los buenos enanitos le advirtieron:
–Guárdate de tu madrastra, que no
tardará en saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie!
La Reina, entretanto, desde que
creía haberse comido los pulmones y el hígado de Blancanieves, vivía segura de
volver a ser la primera en belleza. Se acercó un día al espejo y le preguntó:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Y respondió el espejo: “Señora
Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos,
Blancanieves, que es mil veces más bella”.
La Reina se sobresaltó, pues
sabía que el espejo jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador la había
engañado, y que Blancanieves no estaba muerta. Pensó entonces en otra manera de
deshacerse de ella, pues mientras hubiese en el país alguien que la superase en
belleza, la envidia no la dejaría reposar. Finalmente, ideó un medio. Se tiznó
la cara y se vistió como una vieja, quedando completamente desconocida.
Así disfrazada se dirigió a las
siete montañas y, llamando a la puerta de los siete enanitos, gritó: –¡Vendo
cosas buenas y bonitas!
Se asomó Blancanieves a la ventana
y le dijo:
–¡Buenos días, buena mujer! ¿Qué
traes para vender?
–Cosas finas, cosas finas
–respondió la Reina–. Lazos de todos los colores –y sacó uno trenzado de seda
multicolor.
“Bien puedo dejar entrar a esta
pobre mujer”, pensó Blancanieves y, abriendo la puerta, compró el primoroso
lacito.
–¡Qué linda eres, niña! –exclamó
la vieja–. Ven, que yo misma te pondré el lazo.
Blancanieves, sin sospechar nada,
se puso delante de la vendedora para que le atase la cinta alrededor del
cuello, pero la bruja lo hizo tan bruscamente y apretando tanto, que a la niña
se le cortó la respiración y cayó como muerta.
–¡Ahora ya no eres la más
hermosa! –dijo la madrastra, y se alejó precipitadamente.
Al cabo de poco rato, ya
anochecido, regresaron los siete enanos. Imagínense su susto cuando vieron
tendida en el suelo a su querida Blancanieves, sin moverse, como muerta.
Corrieron a incorporarla y viendo que el lazo le apretaba el cuello, se
apresuraron a cortarlo. La niña comenzó a respirar levemente, y poco a poco fue
volviendo en sí. Al oír los enanos lo que había sucedido, le dijeron:
–La vieja vendedora no era otra
que la malvada Reina. Guárdate muy bien de dejar entrar a nadie, mientras
nosotros estemos ausentes.
La mala mujer, al llegar a
palacio, corrió ante el espejo y le preguntó:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Y respondió el espejo, como la
vez anterior:
“Señora Reina, eres aquí como una
estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil
veces más bella”.
Al oírlo, del despecho, toda la
sangre le afluyó al corazón, pues supo que Blancanieves continuaba viviendo.
“Esta vez –se dijo– idearé una trampa de la que no te escaparás”, y, valiéndose
de las artes diabólicas en que era maestra, fabricó un peine envenenado. Luego
volvió a disfrazarse, adoptando también la figura de una vieja, y se fue a las
montañas y llamó a la puerta de los siete enanos.
–¡Buena mercancía para vender!
–gritó.
Blancanieves, asomándose a la
ventana, le dijo:
–Sigue tu camino, que no puedo
abrirle a nadie.
–¡Al menos podrás mirar lo que
traigo! –respondió la vieja y, sacando el peine, lo levantó en el aire. Pero le
gustó tanto el peine a la niña que, olvidándose de todas las advertencias,
abrió la puerta.
Cuando se pusieron de acuerdo
sobre el precio dijo la vieja:
–Ven que te peinaré como Dios
manda.
La pobrecilla, no pensando nada
malo, dejó hacer a la vieja; mas apenas hubo ésta clavado el peine en el
cabello, el veneno produjo su efecto y la niña se desplomó insensible.
–¡Dechado de belleza –exclamó la
malvada bruja–, ahora sí que estás lista! –y se marchó.
Pero, afortunadamente, faltaba
poco para la noche, y los enanitos no tardaron en regresar. Al encontrar a
Blancanieves inanimada en el suelo, enseguida sospecharon de la madrastra y,
buscando, descubrieron el peine envenenado. Se lo quitaron rápidamente y, al
momento, volvió la niña en sí y les explicó lo ocurrido. Ellos le advirtieron
de nuevo que debía estar alerta y no abrir la puerta a nadie.
La Reina, de regreso en palacio,
fue directamente a su espejo:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Y como las veces anteriores,
respondió el espejo, al fin:
“Señora Reina, eres aquí como una
estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil
veces más bella”.
Al oír estas palabras del espejo,
la malvada bruja se puso a temblar de rabia.
–¡Blancanieves morirá –gritó–,
aunque me haya de costar a mí la vida!
Y, bajando a una cámara secreta
donde nadie tenía acceso sino ella, preparó una manzana con un veneno de lo más
virulento. Por fuera era preciosa, blanca y sonrosada, capaz de hacer la boca
agua a cualquiera que la viese. Pero un solo bocado significaba la muerte
segura. Cuando tuvo preparada la manzana, se pintó nuevamente la cara, se
vistió de campesina y se encaminó a las siete montañas, a la casa de los siete
enanos. Llamó a la puerta. Blancanieves asomó la cabeza a la ventana y dijo:
–No debo abrir a nadie; los siete
enanitos me lo han prohibido.
–Como quieras –respondió la
campesina–. Pero yo quiero deshacerme de mis manzanas. Mira, te regalo una.
–No –contestó la niña–, no puedo
aceptar nada.
–¿Temes acaso que te envenene?
–dijo la vieja–. Fíjate, corto la manzana en dos mitades: tú te comes la parte
roja, y yo la blanca.
La fruta estaba preparada de modo
que sólo el lado encarnado tenía veneno. Blancanieves miraba la fruta con ojos
codiciosos, y cuando vio que la campesina la comía, ya no pudo resistir. Alargó
la mano y tomó la mitad envenenada. Pero no bien se hubo metido en la boca el
primer trocito, cayó en el suelo, muerta. La Reina la contempló con una mirada
de rencor, y, echándose a reír, dijo:
–¡Blanca como la nieve; roja como
la sangre; negra como el ébano! Esta vez, no te resucitarán los enanos.
Y cuando, al llegar a palacio,
preguntó al espejo:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Le respondió el espejo, al fin: “Señora
Reina, eres la más hermosa en todo el país”.
Sólo entonces se aquietó su envidioso
corazón, suponiendo que un corazón envidioso pudiera aquietarse.
Los enanitos, al volver a su casa
aquella noche, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, sin que de sus
labios saliera el hálito más leve. Estaba muerta. La levantaron, miraron si
tenía encima algún objeto emponzoñado, la desabrocharon, le peinaron el pelo,
la lavaron con agua y vino, pero todo fue inútil. La pobre niña estaba muerta y
bien muerta. La colocaron en un ataúd, y los siete, sentándose alrededor, la
estuvieron llorando por espacio de tres días. Luego pensaron en darle
sepultura; pero viendo que el cuerpo se conservaba lozano, como el de una
persona viva, y que sus mejillas seguían sonrosadas, dijeron:
–No podemos enterrarla en el seno
de la negra tierra –y mandaron fabricar una caja de cristal transparente que
permitiese verla desde todos los lados. La colocaron en ella y grabaron su
nombre con letras de oro: “Princesa Blancanieves”. Después transportaron el
ataúd a la cumbre de la montaña, y uno de ellos, por turno, estaba siempre allí
velándola. Y hasta los animales acudieron a llorar a Blancanieves: primero, una
lechuza; luego, un cuervo y, finalmente, una palomita.
Y así estuvo Blancanieves mucho
tiempo, reposando en su ataúd, sin descomponerse, como dormida, pues seguía
siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y con el cabello negro como
ébano. Sucedió, entonces, que un príncipe que se había metido en el bosque se
dirigió a la casa de los enanitos, para pasar la noche. Vio en la montaña el
ataúd que contenía a la hermosa Blancanieves y leyó la inscripción grabada con
letras de oro. Dijo entonces a los enanos:
–Denme el ataúd, pagaré por él lo
que me pidan.
Pero los enanos contestaron:
–Ni por todo el oro del mundo lo
venderíamos.
–En tal caso, regálenmelo –propuso
el príncipe–, pues ya no podré vivir sin ver a Blancanieves. La honraré y
reverenciaré como a lo que más quiero.
Al oír estas palabras, los
hombrecillos sintieron compasión del príncipe y se la regalaron. El príncipe
mandó que sus criados lo transportasen en hombros. Pero ocurrió que en el
camino tropezaron contra una mata, y de la sacudida saltó de la garganta de
Blancanieves el bocado de la manzana envenenada, que todavía tenía atragantado.
Y, al poco rato, la princesa abrió los ojos y recobró la vida.
Levantó la tapa del ataúd, se
incorporó y dijo:
–¡Dios Santo!, ¿dónde estoy?
Y el príncipe le respondió, loco
de alegría:
–Estás conmigo –y, después de
explicarle todo lo ocurrido, le dijo:
–Te quiero más que a nadie en el
mundo. Ven al castillo de mi padre y serás mi esposa.
Accedió Blancanieves y se marchó
con él al palacio, donde enseguida se dispuso la boda, que debía celebrarse con
gran magnificencia y esplendor.
A la fiesta fue invitada también
la malvada madrastra de Blancanieves. Una vez que se hubo vestido con sus
vestidos más lujosos, fue al espejo y le preguntó:
“Espejito en la pared, dime una
cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?”. Y respondió el espejo:
“Señora Reina, eres aquí como una
estrella, pero la reina joven es mil veces más bella”.
La malvada mujer soltó una
palabrota y tuvo tal sobresalto, que quedó como fuera de sí. Su primer
propósito fue no ir a la boda. Pero la inquietud la roía, y no pudo resistir al
deseo de ver a aquella joven reina. Al entrar en el salón reconoció a Blancanieves,
y fue tal su espanto y pasmo, que se quedó clavada en el suelo sin poder
moverse. Pero habían puesto ya al fuego unas zapatillas de hierro y estaban
incandescentes. Tomándolas con tenazas, la obligaron a ponérselas, y hubo de
bailar con ellas hasta que cayó muerta.
1. ¿Por qué no
hay hombres brujos? Si el alumnado conoce alguno, analizar si es bueno o malo.
2. ¿Son
siempre malas las brujas?
3. ¿Podría
haberse defendido Blancanieves de otra forma?
4. ¿Qué otras
cosas podría haber hecho Blancanieves con los enanitos? ¿Podría haber trabajado
con ellos? ¿Podría haber trabajado en otras profesiones?
5. Hasta que
llegó la protagonista
6. ¿quién se
ocupaba de las labores domésticas en casa de los enanitos?
Jueves 23 de enero de 2020
Este es el enlace que utilizaremos para crear las diferentes viñetas del nuestro cómic.
Jueves 23 de enero de 2020
Este es el enlace que utilizaremos para crear las diferentes viñetas del nuestro cómic.
Blancanieves
Cuento infantil clásico: Blancanieves
y los siete enanitos
Era un crudo día de invierno, y los copos de
nieve caían del cielo como blancas plumas. La reina practicaba esgrima mientras
el rey hacía las tareas de casa. Mientras practicaba esgrima con la espada se
pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de
la sangre se destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: “¡Ah, si
pudiera tener una hija que sea inteligente, lista, amable, que sepa defenderse
y sobretodo, sobretodo que sea muy feliz.”. No mucho tiempo después le nació
una niña y de nombre le pusieron Blancanieves.
El rey y la reina vivieron con cierta
felicidad durante unos años pero en el 17º cumpleaños de Blancanieves sus
padres se divorciaron.
Un año
más tarde, el rey y la reina rehicieron
su vida y volvieron a casarse cada uno con otra pareja pero mantenían los
deberes reales juntos
Mientras tanto Blancanieves había empezado a estudiar en la
Universidad, en una ciudad lejos del reino donde había crecido.
Blancanieves vivía en una casa que compartía
con siete amigos y amigas, cada uno tenía asignado unas tareas y así, entre
todos, mantenían la casa limpia y ordenada.
Cada año el rey y la reina se reunían con el
consejo del real y analizaban asuntos del reino. Se analizaban aspectos como
los gastos que se habían realizado durante ese año, los ingresos o que cereales tenían que cultivarse.
Uno de los consejeros les preguntó:
-
Ya sabemos que Blancanieves es muy
bella pero si no se casa no tendrá ningún futuro. ¿Pensáis casarla algún día?
-
Tanto el rey como la reina asintieron
con la cabeza pues creían que las princesas habían nacido para casarse y tener
hijos.
Todas las vacaciones Blancanieves volvía a su
reino a ver a su familia pero cada vez que volvía discutía con ellos, ya que no
entendían como una princesa tenía que hacer las tareas de casa.
-
Blancanieves, limpiar la casa es una
tarea para los sirvientes no para una princesa decía su padre.
-
Blancanieves, si continuas así ningún
príncipe querrá casarse contigo decía su madre.
En la víspera de Navidad la (la reina) invitó
a un príncipe muy hermoso a cenar con la intención de que se casara con
Blancanieves
-
Blancanieves he pensado que deberías
dejar tus estudios y casarte con éste príncipe. Dijo la reina.
-
¡¡¡NOOOOOO!!! Yo quiero estudiar y no
quiero casarme con un príncipe cualquiera si no con quien yo ame. Además si ni tan
solo conozco a éste príncipe. respondió Blancanieves muy enfadada
Después de la negativa de Blancanieves la
reina se disculpó con el príncipe y lo invitó a regresar a su casa.
Días más tarde, en la víspera de reyes, Blancanieves visitó a su padre y éste, por
sorpresa, había invitado a un famoso deportista con la intención de que Blancanieves
y él se casaran.
-
Blancanieves éste es el mejor
deportista de todo el reino…
Pero sin que pudiera acabar la frase
Blancanieves interrumpió
-
¡¡Padre!! yo no quiero casarme con nadie hasta
que acabe mis estudios en la universidad.
El rey, sin estar de acuerdo, pero con la
certeza de que si discutía con Blancanieves no iba a ganar nada, invitó al
famoso deportista a regresar a su casa.
Al año siguiente el consejo real volvió a
reunirse y ésta vez tres consejeros a la vez preguntaron a los reyes.
-
Ya sabemos que Blancanieves es muy
bella pero si no se casa no tendrá ningún futuro. ¿Pensáis casarla algún día?
-
Tanto el rey como la reina asintieron
con la cabeza y comunicaron al consejo real que el problema era que
Blancanieves no quería casarse.
Uno de los consejeros dijo.
-
¿Por qué no preparáis un hechizo de
amor para que Blancanieves deje los estudios y se case con el príncipe?
A los reyes les pareció buena idea, así que
un día la reina llamo al móvil del príncipe y quedaron en la puerta de la casa
de Blancanieves.
La reina le contó el plan al príncipe, ella
llamaría a la puerta de Blancanieves disfrazada de vendedora de perfumes y
cuando Blancanieves abriera la puerta la rociaría con la colonia, entonces el
príncipe, que debía estar escondido, aparecería y Blancanieves se enamoraría de
él.
La reina tocó a la puerta con tan buena
suerte que abrió Blancanieves. La reina disfrazada dijo:
-
Vendo perfumes ¿queréis una muestra
gratis?
Sin dejar que Blancanieves contestara le
roció con el hechizo.
Blancanieves había estado trabajando en su
proyecto de química así que iba vestida con un traje y una mascarilla para
evitar contactos con los líquidos tóxicos, el perfume casi no tocó su piel y
con un gran enfado Blancanieves cerró la puerta de un portazo.
Al regresar al reino y contar lo ocurrido al
consejo real y al rey éste decidió ir a visitar a Blancanieves disfrazado de
heladero con todo su atuendo, el vestido blanco, el carrito de helados y su
gorro a juego.
El rey quedo con el deportista profesional y
le dijo que se metiera dentro del
carrito. Al llegar a la calle donde vivía Blancanieves empezó a hacer sonar la
música del carrito de helados. Blancanieves al escuchar la música corrió a
mirar por la ventana de su cuarto, al ver que era el heladero bajo corriendo.
-
¡Buenos días! Quiero un helado… ¿Cuál
me recomiendas? – dijo Blancanieves.
-
Te recomiendo éste helado de dulce de
leche, es una promoción nueva. El rey le dio el helado con el hechizo.
Blancanieves compró el helado y se fue a casa
corriendo pero por el camino se cruzó con el perro del vecino que de un salto
le robó el helado… al mismo tiempo una gata muy linda se cruzó por delante del
perro y este quedó enamorado perdidamente de la linda gatita.
La princesa al mismo tiempo se tropezó y
quedó medio aturdida, al abrir los ojos frente a ella había una chica, a la
princesa la chica más amable del mundo ya que le ayudo a levantarse y con una
voz muy dulce le preguntó:
-
¿Te encuentras bien?
-
Si gracias… respondió Blancanieves.
Una vez de pie empezaron a reírse a
carcajadas pues la situación les parecía muy graciosa… se lo pasaron tan bien
que decidieron quedar para comer una pizza.
A partir de aquel día empezaron a quedar y descubrieron que tenían
muchas cosas en común, les gustaba viajar, pasear, escuchar música, la
naturaleza, leer, los deportes…
Un día, en una hamburguesería, Megan y
Blancanieves se encontraron con los padres de Blancanieves estos no sabían que
Blancanieves ya tenía pareja, pero al ver que se besaban no les quedó ninguna
duda.
Finalmente Blancanieves y Megan declararon su
amor a todo el reino y decidieron ir a viajar alrededor del mundo, conocieron
muchos países y muchas culturas diferentes, aprendieron muchos idiomas… y
colorín colorado este cuento se ha acabado.
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